Uno de mis mayores placeres es caminar o pedalear a la vera de una acequia. Pienso que es una herencia innata, recibida de los ancestros andalusíes, injertada en mis cromosomas y fértilmente regada con los recuerdos de infantiles paseos y baños estivales, por las orillas del albaicinero Darro, del serrano Genil y de las acequias de la Alhambra y Generalife, del Camino del Avellano y del Carmen de la Fuente.
De vez en cuando disfruto de largos y fantásticos recorridos por las acequias de Sierra Nevada y más concretamente de la Alpujarra, por cierto, también legado magistral del pueblo árabe que allí vivió durante bastantes siglos. Al final, la misma conexión a la que hacía mención en el párrafo anterior. Dejo aquí el enlace a una publicación que en su día me agradó enormemente y de la que aprendí mucho, se trata del Manual del Acequiero publicado por la Agencia Andaluza del Agua de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía.