Después de haber ido de acá para alla, moviéndome por las faldas de Sierra Nevada y recorriendo las tierras moriscas de la Alpujarra, siguiendo la huella de Boabdil y las desventurosas andanzas del último rey morisco Abén Humeya, ha sido frecuente caminar junto a rios, arroyos y sobre todo junto a acequias.
Las acequias han sido perfectos hilos conductores para desplazarnos agradablemente por el terreno. Seguir una acequía es un privilegio. Nunca falta el agua, no hay fuertes desniveles, están generalmente jalonadas de generosos frutales, gratificante sombra y lo que es mejor aún, siempre, siempre, salvo en ocasiones en que se haya perdido, junto a una acequia está el camino del acequiero, nuestro buen camino.