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Sin raíces no hay ramas, sin árboles no hay bosque.
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20 enero, 2021

La muerte dulce.

Iba paseando por los alrededores de Villanueva Mesía, esa tarea cotidiana que realizo con mi fiel perrita Muesli, en estos aciagos días de confinamiento, desgranando el tiempo de la pandémica era que nos ha tocado vivir, más bien padecer y que se nos ha venido encima sin saberlo y sin esperarlo, cuando en una chopera junto al pueblo, Muesli se acercó olfateando curiosa a algo que al principio no sabía muy bien qué era. 

No se movió nada y la misma curiosidad perruna, hizo que también me acercara cautelosamente al bulto, pensando al pronto en un perrillo, algo que pronto descarté, ya que se trataba de un zorro que se veía enroscado, dando la plácida sensación de que estaba tranquilamente dormido. Con algo de reparo ante tan inusitado encuentro, me acerqué cuidadosamente imaginando que pudiera despertar en un sorpresivo salto; pero no, una observación más tranquila me hicieron notar que no tenía heridas de ningún tipo, y que su postura hacía pensar en que había muerto sin señales de violencia ni envenenamiento. Una muerte normal, creo, ya que se le ve con el pelaje desgastado, viejito, de colores apagados, relajado el rictus, sin señales de dolor. Una muerte, al menos aparentemente, dulce, mejor así, pienso tranquilo. La selección natural sigue su inapelable curso.


"Muerte dulce", genéricamente, se le llama así a la muerte en la que no hay sufrimiento. 

Cuando hace mucho frío, se produce una bajada muy intensa de la temperatura corporal, una fuerte hipotermia que va provocando la pérdida paulatina de consciencia, lo que hace que no se perciba que poco a poco se va muriendo. Por eso, a la muerte por congelación se le ha llamado "la muerte dulce".

Acurre prácticamente igual con la muerte por intoxicación con monóxido de carbono u otros gases que provocan sopor, un sueño liviano que sin sensación de ahogo o asfixia lleva, como resbalando suavemente por un tobogán, hasta la muerte: "la muerte dulce".

Y ahora, de forma irremediable, me da por pensar en cuantas personas hay en estos momentos sin hogar, sin techo, sin un lugar digno para vivir, dormir, pasar la noche y que acaban padeciendo esa muerte dulce, sin importar a nadie y que tiene su origen en el egoísmo, la codicia y la falta de humanidad hacia nuestros semejantes. 

Reanudo mi caminar, mis pasos que poco a poco me alejan del sitio en el que se encuentra el cadáver del zorrillo, y mi mente me trae un remolino de imágenes de pateras, de desahuciados de la tierra, de los que inconsolables y desesperados vagan buscando un sitio en donde cobijarse, en donde pasar la helada noche, plenos de hambres, violencias y desamparos de sufrimientos inimaginables...

Un escalofrío sacude mi cuerpo y un nudo atenaza mi garganta.

1 comentario:

José Mª dijo...

Me uno al escalofrío y al nudo, Luis. Al menos, la "muerte dulce" del zorrillo, puede considerarse algo del ciclo natural. No lo es la de tantos humanos que buscan acomodo mientras miramos para otro lado.