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28 marzo, 2015

A Miguel Hernández, mi poeta de siempre.


Hoy es el aniversario de la muerte de Miguel Hernández, mi poeta de siempre. Hoy hace 73 años que murió en la enfermería de la cárcel de Orihuela. Tenía 31 años y cuentan que no pudieron cerrarle los ojos, digo yo porque se resistía a no ver desde el más allá.

No tengo más pretensiones con esta entrada que recordarlo, releer sus poesías y dejar aquí un par de sus poemas que no me canso de disfrutar, que me tocan en lo más adentro y que sin remedio me llevan a pensar en el sufrimiento que pasó él, su familia y nuestras familias.

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Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!
Pablo Neruda
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Son dos poemas los que selecciono: la Elegía a Ramón Sijé y la Nana de la Cebolla, que pego a continuación para tenerlas siempre a mano. Dejo también un enlace a una web de Poesía Española muy completa e interesante.

Elegía a Ramón Sijé
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano 
de la tierra que ocupas y estercolas, 
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas 
y órganos mi dolor sin instrumento. 
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento. 
Tanto dolor se agrupa en mi costado, 
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado, 
un hachazo invisible y homicida, 
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida, 
lloro mi desventura y sus conjuntos 
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos, 
y sin calor de nadie y sin consuelo 
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo, 
temprano madrugó la madrugada, 
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada, 
no perdono a la vida desatenta, 
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta 
de piedras, rayos y hachas estridentes 
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes, 
quiero apartar la tierra parte a parte 
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte 
y besarte la noble calavera 
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera: 
por los altos andamios de las flores 
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores. 
Volverás al arrullo de las rejas 
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas, 
y tu sangre se irán a cada lado 
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado, 
llama a un campo de almendras espumosas 
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas 
del almendro de nata te requiero, 
que tenemos que hablar de muchas cosas, 
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández, 10 de enero de 1936

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NANAS DE LA CEBOLLA

La cebolla es escarcha 
cerrada y pobre: 
escarcha de tus días 
y de mis noches. 
Hambre y cebolla: 
hielo negro y escarcha 
grande y redonda.

En la cuna del hambre 
mi niño estaba. 
Con sangre de cebolla 
se amamantaba. 
Pero tu sangre, 
escarchada de azúcar, 
cebolla y hambre.

Una mujer morena, 
resuelta en luna, 
se derrama hilo a hilo 
sobre la cuna. 
Ríete, niño, 
que te tragas la luna 
cuando es preciso.

Alondra de mi casa, 
ríete mucho. 
Es tu risa en los ojos 
la luz del mundo. 
Ríete tanto 
que en el alma al oírte, 
bata el espacio.

Tu risa me hace libre, 
me pone alas. 
Soledades me quita, 
cárcel me arranca. 
Boca que vuela, 
corazón que en tus labios 
relampaguea.

Es tu risa la espada 
más victoriosa. 
Vencedor de las flores 
y las alondras. 
Rival del sol. 
Porvenir de mis huesos 
y de mi amor.

La carne aleteante, 
súbito el párpado, 
el vivir como nunca 
coloreado. 
¡Cuánto jilguero 
se remonta, aletea, 
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño. 
Nunca despiertes. 
Triste llevo la boca. 
Ríete siempre. 
Siempre en la cuna, 
defendiendo la risa 
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto, 
tan extendido, 
que tu carne parece 
cielo cernido. 
¡Si yo pudiera 
remontarme al origen 
de tu carrera!

Al octavo mes ríes 
con cinco azahares. 
Con cinco diminutas 
ferocidades. 
Con cinco dientes 
como cinco jazmines 
adolescentes.

Frontera de los besos 
serán mañana, 
cuando en la dentadura 
sientas un arma. 
Sientas un fuego 
correr dientes abajo 
buscando el centro.

Vuela niño en la doble 
luna del pecho. 
Él, triste de cebolla. 
Tú, satisfecho. 
No te derrumbes. 
No sepas lo que pasa 
ni lo que ocurre.


Miguel Hernández, 1939

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