"Hernán, que se ha convertido en un perro lagotero y grandote, de raza no muy pura, es mi mejor abrigo: él me calienta como ningún otro. No lo dejo separarse de mí, cosa que, por otra parte, él tampoco desea. Su disponibilidad me conforta y me abruma al mismo tiempo. Ningún amigo sintió por mí lo que él; temo no llegar a corresponderle nunca en la misma medida. Hay momentos en que se pone especialmente expresivo: me lame las manos, coloca sus patas sobre mis hombros, busca con su hocico mi cara, y trata de arrastrarme a su juego. Me pregunto entonces qué le ocurre, por qué le asalta tan repentino afecto, que urgencia de mí le invade... Hasta que caigo en la cuenta de que soy yo el necesitado, y, antes de que yo lo percibiera, lo ha percibido él. Con una misteriosa premonición, me consuela a su modo de la tristeza o de la añoranza que aún no había notado yo que me embargaban. No sin turbación, le doy las gracias, acaricio su cabeza basta y cándida, y me miro en sus dorados ojos inocentes."
De EL MANUSCRITO CARMESÍ, de Antonio Gala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario