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Ubuntu.

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"Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo." EDUARDO GALEANO.

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30 diciembre, 2024

Aún queda esperanza.

Juan Salvador Santiago Cabello, natural de Padul, licenciado en Biología por la UGR, máster en conservación, gestión y restauración de la Biodiversidad por la UGR. Estuvo tres años trabajando en proyectos de conservación para BirdLife Malta.

Tal y como me sucede de vez en cuando, por fortuna, encuentro almas gemelas, modos de pensar semejantes, parecidos o iguales a los míos, toda una suerte. 

Pero es que en esta ocasión con el contenido del artículo escrito por Juan Salvador Santiago, la coincidencia es plena, de tal forma que hasta me parece mentira la igualdad y la satisfacción personal, y cómoda por otra parte, de encontrar a un ser tan gemelo, a pesar de la diferencia de edad, lo que me lleva a pensar que su madurez de joven es todavía un punto más a su favor. 

Además, es amigo de Eva, toda una garantía de calidad.

El artículo es largo, pero denso en las ideas que expone, muy bien estructurado, contando y opinando sobre muchas cosas interesantes y vitales, y lo que es más importante para mí, abre una puerta a la esperanza, me devuelve la fe en algunos humanos, algo que a estas alturas ya daba por prácticamente perdida. 

En definitiva, después de un sesudo análisis, planteamiento de la situación problemática de partida en la que nos encontramos, aporta soluciones al "considerarse parte del problema y de la solución asumiendo su responsabilidad", lo que es un soplo vital que reaviva los ánimos, al menos los míos que tan castigados y deteriorados están o estaban últimamente.

Sin más, copio y pego el artículo, así no se me pierde...  Gracias, Juan.



EL Mulhacén debajo de la gente. 

Un nuevo paradigma del uso público y el impacto que genera.

Como usuario de los espacios naturales que practica distintas actividades, durante muchos años he observado una serie de dolencias que son necesario sacar a relucir, sin excluirme, ya que soy parte del problema y asumo mi responsabilidad.

    
    Cuando comencé a realizar travesías por la montaña y otros entornos naturales, incluido correr por estos parajes (algo que casi siempre he practicado en solitario), antes de saber que esto se le llamaba trail, pasar tiempo en la montaña era considerado una cosa que practicaban unos pocos “raros”, según la opinión social, y no una moda como lo es ahora. Tras participar, ya en épocas más recientes, en competiciones y otras actividades grupales, he adquirido la perspectiva necesaria para lanzar esta reflexión.

    Desde la pandemia ha venido sucediendo una especie de estallido en el uso público. Nunca antes ha habido tanta gente acudiendo a los espacios naturales a realizar distintas actividades de ocio. Esto se debe a una combinación de factores que está creando problemas severos en muchos de dichos parajes: las redes sociales, la nueva fiebre del deporte, y la tendencia frenética al consumo del tiempo libre y el turismo masivo. La pandemia supuso un antes y un después, empujando a muchas personas a salir de la ciudad y pasar más tiempo al aire libre, lejos de la contaminación y disfrutar así de los valores naturales. Sin embargo, el resultado ha sido bien distinto. Lo que antes eran santuarios en los que se disfrutaba de la paz y la tranquilidad, donde tener bien abiertos los sentidos ⸻un tipo mindfulness⸻, escuchar el canto de las aves, oler la vegetación, sentir el viento y contemplar el paisaje mientras se pasea o se lee un libro sentado bajo un árbol, han sido sustituidos por ejércitos de gente que fotografían todo lo que ven para subirlo a alguna red social.

     Las fragancias puras de la naturaleza se han transformado en el desagradable olor a excrementos humanos y de perros, que deambulan sueltos e invaden rincones donde habita la fauna silvestre. Esta situación, además, representa un grave riesgo de transmisión de enfermedades para la fauna. Visualmente, el paisaje ha cambiado: papeles y toallitas para limpiar los traseros después de hacer las “necesidades” cubren los antes hermosos espacios donde uno se podía tumbar para observar el agua del río, que solía bajar cristalino desde la montaña. A veces, algún animal se acercaba a la orilla para beber sin percatarse de la presencia de este mono que anda bípedo y piensa que es el Homo sapiens, pero me temo que esto último ya no lo hace mucho.

     Ya no hay silencio. El ruido y las molestias amenazan los lugares de nidificación de aves, alejan a la fauna más salvaje de sus territorios, mientras otra acude dócilmente hasta los visitantes humanos, pues al darles de comer los hemos “domesticado”, arrebatándoles su pureza salvaje. Zorros, jabalíes, cabras montesas… ya no se apartan de los senderos, refugios de montaña o áreas recreativas, esperando que un incauto les de comer o aprovechando los residuos abandonados ⸻basuraleza⸻, muchas veces alimentándose de alimentos para los que no están adaptados, perjudicando así su metabolismo.

     Música estridente y gritos han sustituido los suaves cantos de los paseriformes. Lagunas de montaña invadidas por romerías y gente bañándose en sus aguas que son frágiles ecosistemas. Lechos de ríos, hábitat de tantas especies de artrópodos y peces, son removidos por cientos de personas que a diario pasan junto a sus mascotas. Donde antes se veía la culebra viperina, peces, anfibios y larvas de libélulas, solo quedan aguas turbias debido a la erosión causada por los pasos de este primate ególatra. En la provincia de Granada, tenemos claros ejemplos: en el río Dúrcal con su ruta de los Bolos, el Barranco Luna de Saleres, río Verde o lo que ha sucedido con el río Dílar.

     Motos acuáticas que furibundas se pasean por zonas protegidas de la costa. Barbacoas y hogueras se encienden para cocinar en zonas forestales con el riesgo de incendio que implica. Parapentes volando en zonas de especial protección para las aves (ZEPAs). Tirolinas de vías ferratas donde impactan aves rapaces. Se amplían pistas de esquí que invaden más territorio natural, y se construyen carreteras, viviendas, hoteles e infraestructuras para soportar esta afluencia masiva, mientras se saca provecho económico, lo que se ha convertido en una nueva burbuja turística y urbanística, degradando el territorio. Las captaciones ilegales de agua en las cabeceras de los ríos para hacer nieve artificial, en un contexto de cambio climático, son otra señal de que algo no va bien. Motos de enduro destrozan el terreno, emitiendo ruidos roncos y generando riesgos de incendios; bicicletas de montaña (muchas eléctricas) y corredores descienden a tropel por los senderos, que antes eran libres y permitían la contemplación y la observación de lo salvaje. El sonido tremebundo de una muchedumbre que pasa “enloquecida” por un trozo de “gloria”, un pedacito de ego que subir a Instagram, han reemplazado al sentido común.

     La competición ha invadido el corazón de la madre naturaleza, y el egotismo ⸻no confundir con egoísmo⸻ ha parasitado el alma humana. Cada individuo busca ser el más rápido y “mejor” en cada cosa, poniendo en riesgo la propia salud, impulsado por un fervor y rabia incomprensibles. Quizás sea el estrés social que cargamos en nuestras vidas, impregnadas de posmodernidad y presionadas por la imagen proyectada en las propias redes sociales. Esta lunática adicción a las pantallas, tan distante de aquella vida paleolítica que la revolución agrícola nos arrebató, y a la que aún seguimos adaptados sin percatarnos, nos ha apartado de la conexión con Gaia y de vivir en equilibrio con nuestro entorno. Ahora todo esto se manifiesta en enfermedades de todo tipo ⸻yo las llamo enfermedades del espíritu⸻.  

     Sí, la competitividad ha alcanzado los más inexpugnables y sagrados rincones del mundo. Y es que nadie se atreve a decir la verdad: ¡Kílian Jornet, cuánto daño has hecho! ⸻para mí el antireferente, aunque sus fanáticos seguidores y la prensa lo enaltezcan⸻. Icono del deporte de montaña que hasta tiene su propia marca de zapatillas ⸻merchandising del que se lucra⸻ ha engañado a muchos, considerándolo como ejemplo, nunca se debió seguir sus pasos ni de los que son como él.

     Filas de gente aguardan amontonadas en las montañas más altas del mundo, inhalando oxígeno de botellas que luego abandonan junto a otros desechos, imágenes inverosímiles que rompen el corazón de cualquier verdadero montañero avezado en la montaña profunda o el deporte profundo, ese que está en armonía con el entorno, no genera impacto y se realiza de forma totalmente pura, por los propios medios y sin hacer uso de suplementación o artificio alguno.

     Se ha llegado a tal extremo que he visto corredores caer desmayados por la fiebre del éxito deportivo y la gloria individual del momento. He sido testigo en carreras de montaña de senderos repletos de heces humanas, porque los competidores, literalmente, hacían sus necesidades encima o donde podían, corriendo por encima de sus límites, sin importar la salud propia o ajena. Bajando como si el mundo se fuera a acabar. Peor aún, en días de calima severa con los problemas respiratorios que genera. Y todo esto lo aplaudimos, premiamos e idolatramos. Algún día seremos vistos por los ojos del humano venidero ⸻si es que sobrevivimos a esta época llena de estupidez⸻ como unos insensatos, igual que ahora miramos algunas barbaridades que se hacían en el pasado.

     Cada vez se ocupan más superficie natural para el cultivo de marihuana con el enorme impacto ambiental que implica, todo para la cosecha de una droga que nos evada de la realidad, porque en el fono sabemos que no estamos haciéndolo bien.

     He citado algunos ejemplos de toda esta patología que describo con dolor, pero la lista podría ser interminable.

     Así se va hinchando la egoísta garrapata de la que muchos viven, al tiempo que matan a su huésped, y que tiene por alimento el ego. Sí, entre todos, hemos convertido los parajes naturales en cortijos de recreo, parques temáticos y grandes polideportivos, con el beneplácito de los responsables de estos espacios. La masificación debida al nuevo turismo y las modas impulsadas por las redes sociales han contribuido a todo ello. La gente quiere trasladar su modo de conducta, como si estuviera en un bar, un chiringuito, una fiesta o un gimnasio, a los espacios naturales, que son lugares de reflexión y meditación del sensible con la naturaleza, quien sabe que el silencio, el respeto y el no alterar lo más mínimo estos lugares es el único dogma que existe, pues son templos. ¿Acaso un creyente iría la catedral a gritar, dañar las obras de arte y las figuras talladas por artesanos? Se nos ha olvidado que la naturaleza es un Templo. Ahora todo el mundo quiere compartir lo que hace a cada minuto y donde está, un comportamiento que se replica ⸻somos verdaderos replicantes⸻, y como la nueva moda es estar en la naturaleza ⸻pero sin amarla, respetarla o entenderla⸻, pues a esto hemos llegado, a un sinsentido.

     Pero, ¿quién está tras todo esto? El gran negocio que, gracias a los datos que les hemos proporcionado a través internet ⸻Bigdata⸻ y los algoritmos de IA que usan las redes sociales, ha diseñado nuestras mentes para consumir todo ese nuevo merchandasing y explotar así los nuevos mercados: ropa técnica, zapatillas último modelo, gorras, gafas de sol, esquís, bicicletas eléctricas, piolets, mochilas, furgonetas camper, vuelos en avión… Un abanico inabarcable de productos y complementos que son un verdadero filón para las grandes marcas: Salomon, La Sportiva, Scarpa, Volkswagen, Decathlon, Booking, Iberia y un largo etcétera. Y luego están los influencers, que, patrocinados por estas marcas, viralizan las tendencias y comportamientos que tanto daño están causando, porque hay que vender por encima de todo. ¿Y qué decir del gran negocio que se esconde tras las competiciones de montaña? (marcas, federaciones, clubs, ayuntamientos y organizadores). Cada vez más caras y usando a voluntarios ⸻trabajo gratuito o explotación que utiliza la pasión de la gente por lo que ama⸻ para montar todo el tinglado sin apenas costes y con mucho beneficio. Sí, muchos se están llevando un gran pellizco, mientras se va erosionando el terreno y se genera molestias a la vida silvestre, sin reparar en todas las consecuencias en la salud del propio deportista y del medio ambiente. Sin duda, detrás de todo esto está el dinero; esa es la principal razón, y todos nos hemos dejado arrastrar ⸻yo me incluyo, soy uno más y parte del problema, uno que completa alguna de las hordas hostiles que arrasan lo natural, pues me gusta viajar y acudir a los espacios naturales, pero ya no estoy cómodo entre ellos; sufro al ver la triste realidad de la que todos somos cómplices y culpables⸻.

     Hemos superado la capacidad de carga ⸻”el número de personas que un espacio natural puede acoger en un mismo día sin dañar sus valores naturales”⸻ y ya no tiene sentido seguir acudiendo a estos lugares. Ya han sido violados, maltratados, robados y alterados. Lo que previamente era cosa de unos pocos raros mal vistos ⸻quienes, antes de toda esta moda, acudían de forma respetuosa y silenciosa a ellos⸻ es el no va más. A los sensibles y respetuosos, sí, se nos ha arrebatado nuestros templos particulares de nuestra propia religión, la del verdadero y único dios: La Naturaleza. Sin embargo, el sentimiento es de pérdida absoluta; ya no quedan santuarios a los que acudir. La naturaleza salvaje que invocaba Thoreau son parches escasos, rodeados por la costra de la actividad humana, que se va extendiendo inexorable como un ectoparásito sobre la superficie terrestre. Uno a uno van cayendo dichos espacios, y tal vez ya es hora de invocar de nuevo al espíritu de la Naturaleza Salvaje, para que reclame lo que es suyo y arrebatárselo a estos parásitos llamados humanos.

     Pero hay soluciones: las administraciones, sin excepción, incluyendo la dirección de los espacios naturales y sus responsables, están fallando. Es hora de aplicar criterios de capacidad de carga, implementar controles de acceso y limitar el número de usuarios en todos estos espacios, lo mismo para las competiciones, y ser más estrictos en la aplicación de la normativa pertinente. Sobre todo, es necesario un cambio radical en nuestra conducta, un trabajo profundo de educación ambiental y concienciación en el que se impliquen activamente las distintas federaciones deportivas, ayuntamientos, gobiernos, clubs, organizadores, instituciones públicas y usuarios. Aún es posible disfrutar de estos parajes sin ponerlos en riesgo, de una forma coherente con lo que implican y sin renunciar a las actividades que nos apasionan. Lo más importante es tomar conciencia individual; en otras palabras, responsabilizarnos. 

Dejar de culpar a todo lo externo y reconociéndonos como parte tanto del problema como de la solución ⸻yo el primero y sin excusas⸻. Hacer esta reflexión individual de cómo actuamos y el impacto que generamos. Tal vez, con este ejercicio, lo salvaje y natural pueda volver a conquistar los espacios que les hemos arrebatado e incluso compartirlos de forma armoniosa.

El Torcal Alto

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2 comentarios:

arqueologo58 dijo...

Espero, de corazón, que, tanto la entrada en tu Blog, como el artículo escrito por Juan Salvador Santiago Cabello y publicado en "El Comarcal de Lecrín", tenga una difusión (certera y creativa) para que las "Autoridades Competentes" tomen las "Medidas Oportunas", que den una "Solución Definitiva" al problema generado.

BikerVva dijo...

Pues esa es la cuestión de fondo de mi desconsuelo, que no creo en la posible actuación de las "Autoridades Competentes", que más bien son "Incompetentes" y si toman algo son "Medidas Inoportunas" que no dan más que "Malas Soluciones" que agravan los problemas. Seguro que hay honrosas excepciones.

Esa es la raíz de todos los males, "casi siempre", al menos desde mi punto de vista y experiencia personal.

Pero por fortuna, quedan "personas buenas", dispuestas a asumir que somos parte del problema y de la solución con asunción de responsabilidades. Tenemos que esforzarnos en educar medioambientalmente a la gente, cada uno desde su parcela, cada cual arrimando el hombro en esa dirección.

"Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo." EDUARDO GALEANO.

Así es, aún queda esperanza para mis nietas. Hoy he visto un rayo de esperanzadora luz...


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