Después de una suave cuesta, sin aviso previo, de pronto apareció la piedra en medio del camino, anunciando con su presencia que el andarista había llegado a un sitio mágico. Sin lugar a dudas, pensó, que se trataba de un magnífico ejemplar de piedra-mirador. Una más de las encontradas en su constante ir de acá para allá a la búsqueda y localización de tan singulares ejemplares pétreos. Otro ejemplar más a añadir a tan curiosa colección.
Sin titubearlo dos veces, con un infantil ágil salto, trepó a lomos de la roca, comenzando a sentir la paz y magnificencia del entorno, a la vez que una gotita de sudor resbalaba suavemente por su frente y la entrecortada respiración se iba pausando. El pensamiento de que bien valía la pena el esfuerzo para llegar, se fue haciendo un hueco mayor en su mente. La recompensa era grandiosa.
La mirada recorrió el horizonte reconociendo las familiares siluetas montañosas, de izquierda a derecha, en giro lento y pausado, saboreando el momento, a la vez que los brazos se hacen autónomos, suben y lentamente se abren en amoroso gesto, sintiendo en lo más profundo, la vieja sensación vivida en tantas otras veces de estar abrazando dominios, mezclado con el intenso deseo de sentirse ave, desplegando los brazos-alas y soñando con sobrevolar por el cielo espacios imposibles.
¡¡¡Ah, el ancestral impulso del humano que desea ser pájaro, Ícaro, aunque sea por un instante!!!
(Piedra-mirador situada en la ruta Hoz de Marín-Archidona).
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