La otra orilla del Guadalquivir, en la que está Coria del Río |
Desde el primer momento en que pude ver y disfrutar tranquilamente de esta foto, obtenida en mi último camino a El Rocío, me quedé prendado de ella.
Salvando las diferencias fotografía-pintura, (no hace tanto que estuve en el Louvre), me recordaba los inmensos cuadros de grandes maestros de la pintura: "Las Lanzas" de Velázquez, "Las bodas de Canaán" de Paolo Veronese, "La consagración de Napoleón" de Jacques-Louis David,... y tantos otros más. Son imágenes, en definitiva, que van como hablando por los cuatro costados y por ese motivo precisamente me he animado a traerla aquí, para convocar en mis lectores, el reto de hacerla hablar, forzando a que se cuente lo que la mente del que la ve, puede llegar a imaginar y sugerir al contemplarla.
Por lo tanto, me atrevo pues a lanzar y plantear el mencionado reto, a través de esta entrada del Blog de el porche de Luis, para que en sus "Comentarios", quien se anime a aceptarlo, escriba lo que le cuenta, sugiere, narra o dice esta fotografía, con plena libertad de estilo, modalidad o extensión, como no puede ser menos.
Y empiezo conmigo mismo, dando ejemplo...
La otra orilla
Colocándole cariñosamente el brazo sobre el hombro, a la vez que le acariciaba suavemente la parte trasera de la cabeza, le dijo:
- Hermano, no tengas miedo que yo estoy contigo y nunca te abandonaré. Hace ya 12 días que salimos caminando desde nuestra tierra, dejando atrás las altas cumbres nevadas de la sierra y las fértiles vegas que nos alimentaron, para partir en busca de nuestra Madre, a la que creíamos perdida. Cuando alcancemos la otra orilla, seguiremos buscando el camino que nos lleve hasta ella, la que cada vez presiento más cerca.
Mientras, esperaba que la barcaza que los conduciría hasta la otra orilla del inmenso río, que manso se deslizaba buscando el mar, con los ojos semicerrados, miraba hacia el horizonte moteado de blancas casas, semi ocultas entre altos eucaliptos y castaños de indias. Los juncos de la orilla, ponían el límite al agua verdosa del río, contrastando con el celeste del cielo, salpicado de algodonosas nubes que parecían con su coqueta belleza, animar a los viajeros.
Recordaba la dureza del camino que ya llevaban recorrido, el cansancio acumulado de tantos pasos, que poco a poco y no sin penuria, hambre y sed, por dehesas, sierras, montes y valles de rectas sendas interminables, por pueblos acogedores, la mayoría de las veces, los habían colocado en esta otra orilla, a un paso de la puerta de acceso a las tierras plenas de pinos, bosques frondosos cubiertos de jaras, tomillos y romeros, con algún que otro acebuche, ancestro del divino olivo.
Se sentía protegido, dentro del gran grupo de caminantes que se había ido formando poco a poco, la mejor forma de viajar compartiendo penas y alegrías y, sobre todo, disfrutando de la seguridad que da el sentirse cobijado por semejantes. Para los dos jóvenes era motivo más que suficiente para estar contentos y satisfechos.
Soñaba con encontrar sin dificultad el camino del que hablaban al llegar la noche y junto a la candela que calentaba los entumecidos huesos. Se decía que iba hacia donde se pone el sol y que debían seguirlo con cuidado para no perderse. No podía equivocarse, ya que su hermano pequeño, a pesar de ir bien alimentado y con agua suficiente, lo notaba cada vez más falto de fuerzas, más roto y cansado.
Debían cruzar la vasta llanura regada por las abundantes aguas del río, sabiamente canalizadas por las manos de hombres rudos y voluntariosos, para cultivar ricos arrozales que hacían que esta región fuera famosa por la calidad de los mismos.
Andarían junto a altas y espinosas chumberas, junto a la gran cañada en la que encontrarían extensas charcas pobladas de flamencos rosados y abundantes pájaros. Por esos parajes podrían recibir, si lo necesitaban, la ayuda de los habitantes que se albergan en sombreadas chozas construidas entrelazando ágilmente flexibles ramajes y que, cuentan, están plenos de generosidad con los caminantes, a pesar de sus propias penurias.
Atravesarían frondosos bosques de pinos, en los que animales salvajes serían sus compañeros de viaje, linces, corzos y gamos, gigantescas rapaces volarán los cielos y sobre sus cabezas. Tendrían que vadear algún que otro río que dará divino alivio a los pies polvorientos y doloridos.
Ya en las puertas de las amplias marismas, cercanos al mar, cruzarían esforzadamente extensas llanuras de finísima arena, siguiendo huellas y pisadas viejas, para no perderse por cerrados bosques que dan cobijo a numerosas manadas de yeguas perseguidas de nerviosos potrillos.
Finalmente, y si las fuerzas no fallan, llegarían hasta donde se encuentra la gran laguna, la espectacular marisma en la que dicen habita la Madre, a la que nunca conocieron, nada más que de oídas de la boca de los parientes que nos recogieron cuando, nada más nacer, la perdimos y nos separaron de ella.
- Hermano, no tengas miedo, ten paciencia, ten calma, que en la otra orilla es donde está nuestra esperanza.
4 comentarios:
Receso. Dice el Diccionario de la Real Academia Española de ésta palabra que procede del término latino “recessus” (retirada) y en su segunda acepción específica: “Pausa, descanso, interrupción”... a lo que yo añadiría: paralización, suspensión, tregua…
Aquel gran río, ha significado un receso en el largo camino… un precioso receso que agradecen los sudorosos cuerpos, tras muchas horas de incansable marcha… iniciada cuando el día aún no había comenzado a clarear…
… la alargada y estirada fila de caminantes, fruto de la dinámica natural del paso de cada persona, se ha reagrupado, dando lugar a un obligado reencuentro…
… casi por instinto, ancestral y cavernario, se han ido aglomerando, buscando la sombra de la alta vegetación arbórea de galería que flanquea la ribera del río. Una ligera y agradable brisa, hace que la sensación de frescor sea muy reconfortante…
… hay que esperar a que la barcaza regrese de la otra orilla… para salvar las caudalosas aguas del antiguo “Baetis” romano… y eso llevará bastante rato…
… rato… que propicia el intercambio de saludos y una distendida charla, mientras se bebe y se come algo… para reponer líquidos y recuperar las fuerzas…
… los motivos de cada persona, para haber iniciado la marcha, son múltiples y variados… pero, para la mayor parte de ellos, el hecho de ponerse “en camino”, supone algo así como una medicina secreta para el alma…
… el camino es duro… pero, siempre, llega el día en que el alma te dice: “ya toca, vamos a ello…” y el caminante tomará el sombrero, la talega y el bastón o la vara e iniciará de nuevo la peregrina marcha…
… llega la barcaza fluvial a la orilla de la ribera… los caminantes acceden por la rampa y se colocan donde pueden… marcha atrás y a remontar aguas arriba… hasta el lugar donde se encuentra el atracadero de madera, al otro lado del río…
… al otro lado del río, los caminantes retoman la interrumpida marcha… se acabó el agradable y necesario receso… hay que continuar… y cada paso que se dá, es uno menos que queda para finalizar… ¡Buen Camino, caminante…!.
La instantánea muestra, como bien dice Luis, un paisaje digno de cuadro de museo. Las nubes parecen alinearse de manera ordenada, esperando su momento para cruzar.
A su vez, los rocieros se agolpan a la espera de su turno, para cruzar a la ansiada orilla. Esa que los acerca, un año más, a su blanca paloma.
En ellos se refleja la complicidad de un camino recorrido juntos, el respeto por la mochila emocional que cada uno carga, y como no, las ganas de llegar a la ermita.
Pues a mi me evoca... A vivir en un lado u otro, a esa delgada línea que los humanos nos hemos empeñado en hacer frontera a veces infranqueable. .. Me recuerda a esos inmigrantes que se juegan la vida para cruzar en busca de una vida mejor.
"Es una foto tremendamente sugestiva, en la que planea (como esas nubes que se elevan sobre un cielo azul celeste), la palabra ESPERANZA... La esperanza para una humanidad saturada que vislumbra que no es el fin, que en la otra orilla hay algo más, algo que está más allá del tiempo y de las cosas... No, no es el final.
Bueno, más que saturada abrumada, que busca refugio en el "otro lado"
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