"Considero que la televisión es muy educativa. Cada vez que alguien enciende el televisor salgo de la habitación y me voy a otra parte a leer un libro". Groucho Marx, actor.
Nadie discute que la lectura es algo fundamental para el desarrollo del cerebro y el aprendizaje, de tal forma que, desde siempre, maestros, escritores y filósofos, han hecho todo lo posible por animar y favorecer el hecho de leer.
Yo empecé leyendo con pasión, los tebeos (ahora llamados comics) que en el fin de semana nos compraba mi padre, a mi hermano y a mí, en Plaza Nueva, bulliciosa antesala del bajo albaicín granadino, en aquel quiosco que los ofrecía separados en dos grandes bloques: los nuevos y los de segunda mano. También recuerdo que en la zona de la Caldelería había una zapatería, en la que aparte de ofrecer su menester propio, el de reparar zapatos, tenía unos banquillos de madera, adosados a la pared y, en cuerdas de cáñamo, colgaban como tesoros al viento, sujetos con pinzas de la ropa de madera, aquellos manoseados tebeos que podíamos alquilar y leer in situ, por unas cuantas perras gordas. La cantidad estaba precisamente ajustada por aquel espabilado zapatero remendón. Eran tiempos duros, plenos de escasez y miseria, y cada cual se buscaba la vida como podía, siempre dentro del severo orden que imponía el régimen existente.
De aquella época recuerdo el TBO, con su genial apartado de inventos dirigido por el Profesor Franz de Copenhague, los Mortadelos, los Zipi y Zape, Carpanta y la 13 Rue del Percebe. Un poco más adelante empezaron a llamarme más la atención aquellos tebeos de Hazañas Bélicas, el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, la Pantera Negra, etc... Pero de entre todo aquel galimatías de publicaciones yo tenía mi corazón partido entre El Capitán Trueno y el Jabato. En aquellos entonces, los niños éramos seguidores o del Capitán Trueno o del Jabato. A mi me gustaban los dos, aunque en el fondo era más del Jabato, hasta tal punto que con mi amigo Antonio, no solamente leíamos devorando la correspondiente edición semanal, sino que nos atrevíamos a imaginar teatralmente los aventuras que en ellos acontecían, espadas de madera en mano, tapadera de lata a modo de escudo, arco y flechas de mimbre obenida en el rio Darro y capas a la espalda, improvisadas con delantales sisados sibilinamente a las madres.
Las niñas, como correspondía a los cánones del momento, tenían sus propias publicaciones, muy lejanas a las que eran apropiadas para los niños. Ya desde los tebeos se marcaba una educación diferenciada intensamente machista. Es lo que había...
Después de los tebeos, empezaron las lecturas más serias: Novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, El club de los cinco, Tarzán... Pronto llegó el turno de Emilio Salgari y de mi gran descubrimiento: el venerado Julio Verne.
Llega el momento de ir al instituto y de las odiosas lecturas obligadas. Tuve que leer el Poema del Mio Cid en castellano antiguo, la Ilíada y la Odisea en aquellas serias ediciones de Espasa Calpe, Miguel de Unamuno y Ortega y Gasset. En esta época me tragué, también en castellano antiguo, el simpar Quijote de la Mancha y muchas otras obras de Don Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca. ¡Cómo se me atragantaba la lectura "obligada" de los clásicos!
Paralelamente a lo que mandaban los profes de literatura, yo disfrutaba con el placer de la lectura gracias a la ciencia ficción: Arthur C. Clark y el magnífico Isaac Asimov, combinados con el mítico y ancestral Howard Philips Lovecraft y a mi adorados Edgar Alan Poe y la más ligera Agatha Cristie.
Hubo muchas más lecturas y autores: los poetas de la Generación del 27, Garcia Lorca, Alberti y mi querido y admirado Miguel Hernández. Cada cual tuvo su momento, su disfrute y dejó su huella en mi ser profundo.
Pasé a una época de mi vida en la que por circunstancias profesionales hube de dedicarme casi únicamente a la lectura de manuales, tutoriales y otras lindeces tecnológicas.
La lectura literaria, hubo de pasar a un segundo término y a trancas y barrancas me desintoxicaba con Ken Follet, Jean M. Auel y mi amadísimo Arturo Pérez-Reverte, del que puedo decir sin reparo, que he podido disfrutar, saborear y aprender con prácticamente todas sus obras.
Creo que, con los años, uno va siendo el resultado de lo que ha sido, vivido y también leído. Cada cual es lo que su personal experiencia humana ha ido moldeando en su ser profundo. Fruto de lo anterior, y en relación con el tema de la lectura, he llegado a la conclusión de que hay tres tipos de libros:
- Unos, tan densos y geniales que, desde sus primeras páginas, cuando los leo, los saboreo y aprendo con cada palabra, tal que enseñan desde la portada, por lo que siento la urgencia de necesitar ir tomando notas, para de esa forma no perderme, ni olvidar detalle.
- Otros, la gran mayoría, me producen un graduado placer con su lectura, sin más.
- Una minoría, por suerte, no he tenido más remedio que abandonarlos por muy doloroso que me resulte decirlo, ya que a estas alturas de mi vida, en la que tengo claro que es imposible leerlo todo, ya que el tiempo es fungible y hay el que tenga que haber. Eso me hace llegar a la definitiva conclusión de que no estoy para aburrimientos ni pesadeces literarias, por mucho que me pese. Así que golpetazo de cierre y santas pascuas.
1 comentario:
Que recuerdos algunos me los contaba mamá y otros lo he vivido
Y gracias a ti yo también he leído mucho y algunos autores los he leído al cogerlos de la estantería de casa
Gracias hermano
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