El pasado domingo, 7 de febrero de 2021, vi en Canal Sur el programa "Música para mis oídos", en el que nuestro vecino y amigo de Huétor Tájar, Juan Pinilla, hacía una magistral interpretación de "Los cantes del currelo", llamándome poderosamente la atención la siguiente estrofa, ya que ese recorrido del que canta, lo he hecho en alguna ocasión, en condiciones similares:
Las imágenes de Juan Pinilla y la bailaora Sara Jiménez, se graban enclavadas en el grandioso marco que ofrece el desierto de Gorafe, una maravilla geológica que fue cuna de civilizaciones prehistóricas, siendo cobijo de uno de los mayores conjuntos megalíticos del mundo, por el que tuve la fortuna de caminar haciendo senderismo el 14 de diciembre de 2016. En aquellos entonces, hice una entrada en el blog de senderismo maleno titulada "Dólmenes de las Majadillas y Acequia de Gorafe", con detalles de la ruta que os animo a realizar, ya que el disfrute está más que garantizado.
En aquella ocasión y de forma extraordinaria, ya que la vena literaria hizo acto de presencia, escribí las "Reflexiones de un Hombre de la Edad del Bronce en Las Majadillas de Gorafe" que vuelvo a recordar ahora:
"Ha terminado de subir el último repecho en un día gris, apenas hace un instante ha estado visitando los enterramientos de sus ancestros y por eso viene triste, cargado de recuerdos, sin saber qué le depara el futuro, ni falta que le hace, consciente del presente que tiene encima y de las tripas que suenan pidiendo su ración de alimento. Echa mano a su cantimplora y pega un largo trago que le quita el polvo de la reseca garganta.
El perlado sudor apenas resbala por su frente, lo que no impide que un repeluzno momentáneo causado por el viento frio de la mañana de invierno, le haga volver a la realidad. Se arrebuja entre su chaquetón de pieles buscando alcanzar una acogedora zona de confort.
Y es que contemplar a sus pies el poblado de Gorafe, desde Las Majadillas, enmarcado entre los desérticos surcos y ramblas que su gente llama las Malas Tierras, siempre le produce el mismo fantástico y ensoñador efecto.
La perrilla Balto, levantada en inestable equilibro, le da unos leves toquecitos con sus patitas superiores y fijando una mirada inquisitoria, recuerda insistente y nerviosa que ha llegado la hora de comer.
Mira cariñosamente los ojos oscuros de su leal compañera y, lentamente, suelta su bastón sobre el que permanecía apoyado, descuelga de su espalda el zurrón que forma parte de sí mismo, buscando a la vez, con la vista, un recoveco protegido del despiadado viento y se disponen sin más demora, hombre y animal, a satisfacer el apetito, que casi pasa a ser hambre feroz, cara al sol naciente y que a golpe de cortantes rayos y a duras penas, rompe el cielo plomizo, sin querer perder ni un ápice del espectáculo ofrecido por el horizonte y el valle del rio Gor que mansamente transcurre a sus pies."
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