Mi mala cabeza, mi nula capacidad de memorizar me ha puesto en más de un brete. Pero bueno, quizás sea este primer capítulo de "Platero y yo" el que he conseguido recordar más y mejor. Desde niño, de mayor, desde mis primeros contactos con el inmortal libro, con su maravillosa y fantástica prosa poética, he sido capaz de recitar, de revivir con cierta soltura sus deliciosas palabras.
I
Platero
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?» y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra.
Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tien’ asero...Tiene acero. Acero y plata de luna. al mismo tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario