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Incendio forestal en Granada: Paraje de la Fuente de la Bicha, Cenes de la Vega. (23/agosto/2025) |
Llevo un mes de agosto sintiéndome muy mal, entre la calor infernal en el día, las noches tórridas a la hora dormir y lo que es peor, la televisión con los temas monográficos de este verano: la carnicería y hambruna en Gaza, la inacabable guerra de Ucrania y sobre todo la oleada de incendios que asola España. Horripilante.
Me voy a parar ahora en este último tema: los incendios terribles, imparables, provocados en su mayoría. que están matando gente, arruinando vidas, asolando parques y tierras, provocando pérdidas económicas y naturales irreparables.
Y en medio de tanto dolor, desamparo e impotencia, aparecen voces indignadas, disgustadas de unos y otros, la mayoría de las ocasiones buscando culpables, haciendo sonar, como si fuera un mantra, algo en los medios de comunicación y redes sociales, que a mi me ha llamado sobremanera la atención e impactado profundamente, porque ha tocado mi alma, mis convicciones y ha hecho tambalearse algunos de mis principios: ¡La culpa de todo la tienen los ecologistas!
Uuuufff, ¡qué fuerte!
En medio de tanta tiniebla e incomprensión, aparece la luz que aportan personas como Juan Salvador Santiago Cabello, que han escrito aportando su granito de arena, aclarandome a mi por los menos, lo que está pasando, emitiendo destellos de lucidez, que desde lo más profundo agradezco.
Por eso, y sin más, copio y pego su artículo, deseando encarecidamente que os sea de provecho, atreviéndome a decir que sin más vueltas, hago mias sus acertadas palabras. ¡Gracias, Juan Salvador!
Los incendios forestales hoy:
un monstruo viene a verme
Ni el sector público ni el privado están ejecutando adecuadamente planes de autoprotección y planes locales de emergencias por incendios, una falta de compromiso de obligaciones que ha llevado a una desprotección del monte, bosque, dehesas o pastos.
Estamos en una sociedad en descomposición, tal y como un buen amigo historiador me cuenta. Por ello, el pensamiento también se encuentra en disolución, al igual que las relaciones humanas. La velocidad de los cambios provoca un fuerte vértigo y ya no sabemos cómo adaptarnos. Quizás esto explique por qué hemos dejado de tener un pensamiento crítico y analítico para abrazar lo irracional y sensacionalista. Hemos caído en lo impulsivo y emocional, y eso es peligroso. Esto se traduce en forma de dinámica o tendencia, una muy concreta: solo se repiten afirmaciones sin argumentación que se comparten hasta hacerse virales, al igual que vídeos u opiniones, todas voraces y agresivas, que pretenden crear una realidad que está bien alejada de la verdad, del corazón del problema. Ideas espurias y con poco valor práctico crecen y arraigan, extendiéndose peligrosamente, pues nos hacen ciegos ante el problema. Antes de desarrollar este, quería hacer esta introducción para que se haga un ejercicio de comprensión, y para ello, lector, es necesario recuperar la mente abierta, crítica y reflexiva. Tal vez, la desaparición de la filosofía como valor educativo sea lo que nos haya hecho caer en esta manipulación mental.
Ahora ya voy a desarrollar la razón de ser de este pequeño artículo: los incendios forestales hoy. Un tema complejo del que podrían escribirse libros y libros, así que trataré de resumir sin dejarme los puntos más importantes.
Problema estructural
Aquí es donde podemos actuar, con una planificación justa e inteligente. Hacen falta planes y presupuesto, implicación de todos los sectores involucrados, sobre todo las administraciones y propietarios. Sin esa cohesión, todo resultaría estéril.
El abandono de las zonas rurales fue una consecuencia del modelo económico basado en los mercados y el crecimiento económico. Principalmente, antes vivía más gente de la agricultura y ganadería, que tenían en explotación pequeñas parcelas y huertos. Era un modo de vida basado en la autosuficiencia. Esto hacía que el campo estuviera cuidado y mantenido; en términos pragmáticos, había más discontinuidades en los terrenos forestales que podían actuar de barrera ante los incendios forestales. Esa tendencia se fue invirtiendo con los cambios del modelo productivo hacia el polo actual: grandes explotaciones intensivas. Ahora menos gente vive de la agricultura y la ganadería, pero para poder hacerlo necesitan ser mucho más productivos, no para alimentarnos, sino para cumplir con las expectativas de los mercados. Así, como resultado, tenemos más cabezas de ganado pero en menos manos y, en su mayoría, estabuladas. La agricultura también se ha intensificado. La consecuencia de todo este proceso ha resultado en rápidos cambios de uso del suelo que han tenido graves consecuencias en la biodiversidad, suponiendo pérdida de hábitat para muchas especies, y además ha provocado un abandono de las zonas rurales y los terrenos forestales que antes eran custodiados por sus habitantes. La economía exige unos precios baratos a los agricultores y ganaderos, y estos se ven presionados, y cada vez más asfixiados. Sería conveniente que vieran la realidad de su problema, entonces comprenderían que las grandes multinacionales y plataformas de la industria son las que realmente están haciendo la vida imposible a estos sectores, y no las políticas medioambientales. En esencia, es el modelo económico el culpable de este cambio y, en última instancia, el problema estructural del abandono rural y, por ende, de los terrenos forestales, que sin el mantenimiento y gestión que antes realizaban los pobladores de estas amplias zonas, han quedado en la situación hoy día denunciada y que hace a estos terrenos más vulnerables a la hora de exponerse a enfermedades forestales o incendios. Hay que insistir en que esta situación no es nueva y lleva sucediendo desde los años setenta. ¿Pero por qué es ahora cuando los incendios están siendo tan terribles? Esa pregunta es la que resolveré después.
Otro de los factores que influyen ha sido la mala política forestal. En las décadas de 1960 y 70 se realizaron grandes repoblaciones monoespecíficas —se usó una única especie de pino que variaba según la zona— muy densas. La idea era evitar los graves problemas de erosión debido a la deforestación a la que habían sido sometidos los bosques en el pasado —industria maderera para la construcción de barcos, vías férreas, etcétera, y la agricultura—. El planteamiento era, una vez corregido el problema de erosión, en parte para evitar la colmatación de las grandes presas que se estaban construyendo, realizar una progresiva transformación de estos bosques densos y monoespecíficos de pino hacia bosques mixtos mediterráneos, es decir, encina, alcornoque y roble. Para ello se deberían haber realizado planes intensos de entresacas para reducir la densidad, sumados a los aprovechamientos del bosque y su gestión por los habitantes de estas zonas. El problema fue que estos aprovechamientos dejaron de ser rentables a causa del cambio en los procesos productivos descritos en el párrafo anterior. Es decir, esa sucesión nunca se realizó y nos ha llevado al contexto actual: grandes extensiones de bosque denso con una única especie arbórea, lo que en términos de resiliencia no es funcional, ya que un solo incendio o enfermedad tiene el potencial de acabar con toda la masa. En cambio, un bosque mixto, más biodiverso y heterogéneo, lo haría mucho más fuerte ante estos. Tristemente, esas políticas forestales nunca se han realizado, tal vez a medias en algunas zonas. Aunque es normal que esto haya ocurrido: el medio ambiente suele ser la materia que menos presupuesto recibe y que menos preocupación genera al ciudadano —votos—. Solo ahora, cuando la gente ve amenazadas sus propiedades, modo de vida e integridad física, parece haber despertado inquietud, pero mal enfocada por la tergiversación del discurso que las élites están haciendo a través de RR. SS. y medios de comunicación.
Un tercer factor sería la falta de responsabilidad y la dejadez de las administraciones y propietarios. Ambos están obligados, según la titularidad del terreno, a ejecutar diferentes planes de prevención ante situaciones de incendios forestales. Estos son los planes de prevención de incendios forestales, planes técnicos y de ordenación de montes —según la superficie del terreno—, planes de autoprotección y planes locales de emergencias por incendios forestales —de los cuales los ayuntamientos son responsables—. Ni el sector público ni el privado están ejecutando adecuadamente estos, si es que ni siquiera los tienen actualizados o establecidos. Una falta de compromiso de obligaciones que ha llevado a una desprotección del monte, bosque, dehesas o pastos. Una paradoja, porque muchos de los ganaderos y agricultores que ahora claman al cielo, son responsables —y están obligados— de ejecutar dichos planes que hubieran protegido el territorio de estos grandes incendios. Es más, los propietarios reciben grandes subvenciones con fondos europeos para ejecutarlos y mantener sus fincas/explotaciones. Pero, en la práctica, no se ha hecho. Así que administraciones y propietarios privados han ignorado sus responsabilidades, poniéndonos en una situación dramática.
La mala planificación urbanística sería otro. Cada vez se construye más cerca de los terrenos forestales buscando la exclusividad y la tranquilidad. Estas nuevas urbanizaciones o núcleos de población no ejecutan planes de autoprotección ni adoptan medidas que las protejan de los incendios, exponiendo a sus habitantes a este riesgo.
Falta de concienciación ciudadana a la hora de afrontar estas emergencias o incluso conductas negligentes que las causan: quemas en lugares y fechas de riesgo —y no permitidas—, barbacoas u hogueras para cocinar, actividades y comportamientos inapropiados. La falta de educación ambiental y concienciación es una mezcla peligrosa en unas circunstancias tan vulnerables ante la causalidad de incendios.
Podría mencionar más causas estructurales, pero creo que ya se puede construir una idea con todo esto que se traduce finalmente en: mala gestión y política forestal, y terrenos forestales más vulnerables y dispuestos a sufrir grandes incendios forestales muy complicados de combatir, y sobre todo, nada de prevención. Una actitud reactiva que nos aleja de la solución, en lugar de la proactividad que la prevención nos hubiera dado.
El contexto climático
Si todos los factores estructurales antes mencionados llevan ocurriendo desde los años 60 —si no antes—, estando bien presentes ya en los 80, 90 y 2000, ¿por qué es ahora cuando el problema ha alcanzado tal magnitud? Es la pregunta que realicé antes con otras palabras y que únicamente puede responderse desde la perspectiva climática. Este es el verdadero desencadenante. Cierto es que, sin los problemas estructurales, no se habría alcanzado la dimensión mastodóntica que estamos viendo estos días. Sin embargo, este es el factor clave, pese a todo el esfuerzo de las grandes élites por negarlo, pues afrontar este problema supondría un cambio en el modo de vida —que nadie quiere realizar— que implicaría una ralentización del crecimiento económico. Este es el corazón del dragón. Jamás deberíamos haber superado el punto de inflexión de +1.5 ºC —temperatura media global—. La ciencia había sido clara al respecto, y ahora estamos a merced de las fuerzas naturales. En nuestras manos teníamos haber bajado las escaleras por nuestro propio pie, de forma lenta, segura, planificada y ordenada, pero el ser humano es un animal de costumbres, y parece que solo aprendemos cayéndonos. Por eso, me temo que esas escaleras las bajaremos rodando. He elegido la misma metáfora que el científico Fernando Valladares usa para explicarlo.
Es una cuestión de física: a mayor temperatura, la atmósfera absorbe mayor cantidad de agua de la vegetación, lo que implica menor humedad en esta y que esté más predispuesta a arder si las condiciones se dan —índice de combustibilidad muy alto—. Lo que estamos viendo los últimos veranos es que las olas de calor son más intensas, frecuentes y duraderas, actuando como una verdadera maquinaria-monstruo que chupa agua de las plantas a niveles nunca antes descritos —es por ello que el problema no se reduce únicamente a España y están ardiendo grandes extensiones de lo que antes eran bosques húmedos en Canadá y Siberia, por ejemplo; no es un fenómeno local ni regional, es global, y eso es lo que tenemos que comprender—. Es un polvorín, y es en este presente cuando se ha concatenado, pero seguimos ciegos y no queremos verlo, porque implica que todos somos responsables, yo incluido, ya que hemos contribuido con nuestro modo de vida de consumo voraz, despilfarro y comportamiento depredador a ello.
Las últimas investigaciones son claras: hay una correlación directa entre los grandes incendios forestales y las olas de calor. El cambio climático de origen antrópico es una realidad y esto solo es el principio. La bestia ha irrumpido y se ha hecho visible, y nosotros, atónitos, queremos mirar a otro lado y buscar culpables más fáciles, que no signifiquen señalarnos a nosotros mismos. Esto me hace pensar en la película de Leonardo DiCaprio “No Mires Arriba” —Don’t Look Up—. Las similitudes son asombrosas, y es que nadie quiere ver la realidad. Tal vez sea un comportamiento reaccionario y a la defensiva por el miedo a esta y lo que implica a un nivel profundo.
La pérdida
La verdadera magnitud de lo que estamos perdiendo —y vamos a perder— no es cuantificable. Pérdida de vidas humanas, propiedades, modo de vida y paisaje.
Aunque lo más doloroso es la pérdida de biodiversidad, hábitat y ecosistemas completos. Los bosques y superficies que están ardiendo son el hogar de muchas especies. Buitres negros, osos, lobos, urogallos, ciervos… Estas son los más conocidos y emblemáticos entre las zonas que están ardiendo, por ejemplo. Sin embargo, la pérdida es inmensa a nivel de la cantidad de especies y seres vivos que están afectados. Cuanta más superficie perdemos, menos espacio tendrán estas para poder vivir. Menos territorio, y nosotros somos los responsables. Ellas no pueden decidir sobre su futuro, no disponen de herramientas políticas ni de planes. Y cada una de estas pérdidas nos acerca a nuestro final como especie, porque, como tantas veces he repetido en mis artículos, nosotros estamos aquí por la biodiversidad. Sin esa pluralidad de formas de vida no podríamos ni respirar, ni comer, ni beber… Nuestra vida está ligada a este hecho, y nuestra existencia depende de respetarlo. Aún no hemos entendido la magnitud del asunto y lo que está en juego.
Soluciones
Estas pasan por un primer paso necesario: reconocer la realidad y no negarla. Es un problema multifactorial cuyo factor limitante se encuentra en el clima. Podemos trabajar duro y resolver todas las causas estructurales, pero sin este paso todo sería en vano. Hemos ignorado las señales durante años y lo que la ciencia nos advertía, y ahora hemos esperado hasta que la realidad nos ha atropellado. Es hora de tomarse en serio todo el contexto y empezar a trabajar en toda su dimensión, y para ello es necesario también comportarnos de forma coherente y cohesionada con este contexto. Sin ese tándem en el que administraciones, entes privados y sociedad colaboren y trabajen unidas en la misma dirección, solo habrá un escenario posible: el fracaso, con las graves consecuencias que ello implica. Es vital por ello aplicar una custodia del territorio realista, práctica y en equilibrio entre la actividad humana y la biodiversidad.
Conclusiones
Las causas de los incendios forestales siempre han estado ahí, ya fueran provocados, accidentales o por causas naturales. Lo realmente nuevo es el contexto actual, que en el tablero global nos dispone en un escenario dramático y que puede acabar en apocalipsis —y no es una exageración mía como autor, ni argucia literaria—. Al final, todo se resume en la economía, y esa carrera por el crecimiento económico ha creado desigualdades y asimetrías en todos los estamentos de la sociedad humana, y también en el medio ambiente que ocupamos y nos afanamos por dominar, controlar y domesticar a nuestro placer y beneficio. Y he aquí el error. Nosotros no podemos sobrevivir a estos cambios tan rápidos y poderosos —causados por nosotros esta vez—, pero el planeta Tierra sí. Dependemos de una atmósfera que alberga un porcentaje de gases muy concreto: un 21 % de oxígeno. Ese es nuestro límite para vivir, y se nos ha olvidado nuestra fragilidad por pura arrogancia antropocéntrica. Es el momento de actuar en la línea valiente y correcta, y no escuchar ese ruido que nos aparta de ese objetivo.
(Artículo de Juan Salvador Santiafo Cabello, publicado en "El Comarcal de Lecrín", jueves, 21 de agosto.) https://elcomarcaldelecrin.com/2025/08/21/los-incendios-forestales-hoy-un-monstruo-viene-a-verme/
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