Hoy me ha llegado a través de las redes que Raúl de Tapia Martín (Raúl Alcanduerca) ha resultado ganador del concurso de relatos #historiasdemadres, organizado por Zenda, algo que no me ha extrañado, ya que la sensibilidad de Raúl por el medio ambiente y su amor eterno a la Naturaleza está más que demostrado desde que lo "conocí".
Después de la lectura del texto ganador, me he sentido felizmente reafirmado, ya que me ha encantado y me ha hecho más que nunca, llevarme a decir: ¡Qué maravilla de relato!
Sin darle más vueltas lo pego a continuación para el deleite del personal y por supuesto, del mío propio...
BIOGRAFÍA de un NIDO
El relato más delicado de un nido tiene tres personajes: un ave, una madeja y la abuela Concha.
La abuela Concha tiene por costumbre tejer en la puerta de casa. Bajo el perfil del pico Cervales, sentada a la sombra de una higuera, se refugia en su aroma. Demora en ocasiones la vista sobre los álamos cercanos, los plantados cuando nació su nieto Miguel. Mantiene en el regazo un ovillo de lana rojo amapola. Con él comenzará esta mañana una urdimbre, o esa es su intención. Se levanta en busca de las gafas y no sabe cómo, pero a la vuelta el manojo, que dejó en la silla, ha desaparecido. Mira junto al pilón, busca donde el enebro, pero nada. Quizás haya sido Ibor, el mastín, perro joven que enreda con lo primero que encuentra. No parece haber sido él. Sin ganas de indagar más, resuelve cambiar de color, tiene ganas de tejer.
Pasan las semanas y llegado el mes de marzo, un pájaro levanta su nido sobre una horquilla del álamo más lejano. Tiene forma ovalada y está cubierto de líquenes. No sabe cómo ha logrado verlo, pues no se distingue de la corteza del árbol. Aún le falta trabajo, por ahora tiene forma de tazón. El ave tiene cuerpo de bola y la cola muy larga. Cuando vuelva del huerto preguntará a su hijo Joaquín por el nombre del pájaro. Un mito, le dirá, qué nombre más hermoso, responderá ella.
A falta de otra tarea, dedica la mañana a esa bola de plumas con cola. En realidad, son dos, macho y hembra supone. Hace inventario de todo lo que arriman: musgos, telas de araña, líquenes y plumas, muchas plumas. Con el musgo han hecho la forma del cuenco. Desde el interior, van girando su cuerpo como un compás, para colocar cada hebra verde en el lugar indicado. La tela de araña les ayuda en la hilazón.
Como ya han florecido los sauces, cosechan los algodones de sus semillas y pronto acolchan el conjunto. Es abundante el plumón que ocupa el fondo. La abuela Concha interpreta que dará calor a los huevos y después a los pollos. Cuando pregunte a su hijo, este le dirá que llegan a juntar más de dos mil plumas. Su hijo estudia las aves, por eso sabe todas las respuestas. También traen los copos blancos de las puestas de las arañas. Con ellas pegan los líquenes a la piel del nido.
En poco rato ya no se ve el nidal, tanto es el parecido a la corteza del árbol. Ahora entiende la pasión de su hijo por las aves, todo le parece fascinante.
Llega la tarde y, tras la siesta, vuelve a ver cómo va la construcción. Los mitos siguen muy ocupados en su trabajo. Si contara los viajes de ida y vuelta le saldría más de un millar. Mucho tendrán que comer para reponer energías. A ratos, los mitos buscan bajo las hojas, entre los brotes, en la maraña de las copas. Ahí encuentran larvas y pequeños insectos para reponerse.
Cuál será su sorpresa, cuando en esas idas y venidas uno de los mitos aparece con un hilo de lana rojo amapola. En un instante, la hilacha aparece cosida a la gran bola vegetal en que se ha convertido la obra. ¿Dónde encontró la madeja perdida hace meses? Sonríe por la alegría del hallazgo, parece que el pájaro le dedicara el nido, como si lo firmara con su lana de “yerbaviento”. Con tanta atención que le he prestado, la abuela merecía un regalo tan singular.
Cuando marcha a dormir, la abuela Concha piensa en lo vivido. Esa noche va a soñar que el ovillo es el regazo donde duermen los mitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario