Hace ya algunos años, mi colega Raúl Calvo Rodríguez (Enero, 2016), me obsequió con esta maravillosa fotografía, que desde el primer momento me cautivó por su simplicidad y sencillez cargada de profundo y maravilloso simbolismo. La vida de la flor que estalla, rompiendo el corazón de la oxidada lata, que alguien, desentendido de ella, arrojó indolente y desvergonzadamente al campo.
Nada puede parar a la magna fuerza de la Madre Natura.
Unos años después, Ayes Tortosa, la poetisa amiga, nos obsequia con el siguiente poema, incluído en su libro: "Cosas Insignificantes", (Abril, 2022 - Baker Street Ediciones) y que dice así:
LA VIEJA LATA
DONDE CRECÍA UNA FLOR
En la casa de mi abuela
había una blanca flor
que crecía en una lata.
Y había también un gato
que dormía en el balcón.
¡Y cómo hablaban los cuatro
cuando se ponía el sol!
El gatito con mi abuela,
mi abuela y la blanca flor...
Y la lata les contaba,
despacio y media voz,
que hace mucho, mucho tiempo,
antes de tener su flor,
fue una lata de salmón.
Este reencuentro de dos artes que adoro profundamente, me trae a la mente a otro reencuentro de sentencias que, fusionadas, coloqué en su día, en la cabecera de este blog del porche y ahí siguen, y que dicen así:
Un mago o maga de las palabras solamente tiene que saber imaginarla y luego, contarla. (LUIS)".
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