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Sin raíces no hay ramas, sin árboles no hay bosque.
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Ubuntu.

Salu2 cordiales y pedal-pedal.
"Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo." EDUARDO GALEANO.

"Cualquier objeto, por insignificante que parezca, tiene una historia que contar. Un mago o maga de las palabras solamente tiene que saber imaginarla y luego, contarla." AYES & LUIS

04 diciembre, 2020

Carta de una encina a todos los humanos

Encina cerca del Caserío del Pozo

    A vosotros, los de la voz y el hacha, os escribo con miedo. Solo un instante para la sorpresa. Concededme a continuación el derecho a pedir la palabra por esta vez, la primera y tal vez la última. Llevamos millones de años calladas y siglos siendo el soporte para esos retorcidos trazos negros que llamáis escritura. Por favor pensarlo detenidamente: nos usáis para muchas cosas, os damos sombra y calor, alimento para vuestros rebaños, pero también, ojo, nuestros suspiros fabrican la transparencia que aman vuestros pulmones. solicito a cambio un poco de atención. Esta carta es el último deseo de una sentenciada.


Encina seca en el Amarguillo

    Soy una encina y tengo una queja tan grande que creo justificada esta protesta por escrito. No creo demasiado en su efectividad, pero, por si acaso. Tanto escepticismo se basa en que hace mucho tiempo que de la mayoría de vosotros, los humanos, solo notamos vuestra larga mano de acero sobre nuestros cuerpos que nos va dejando separadas, dispersas y finalmente símbolos desplomados. Urge, pues, que toméis conciencia: nos estamos acabando aceleradamente porque ya no es el hacha sino las gigantescas máquinas de boca insaciable las que nos derriban. Basta un instante para que ese largo proyecto de vida que somos las encinas desaparezca. Todavía más graves resultan los daños colaterales, las secuelas indirectas. Últimamente el cambio climático siembra el virus de la seca en nuestras apretadas formaciones y en nuestras abiertas dehesas y nos está diezmando. Somos, en cualquier caso, algo levantado, como las catedrales, a lo largo de siglos, incluso milenios. Edificios, insisto, que se desploman demasiadas veces en muy poco tiempo incluso en solo segundos. Tan paciente trabajo de la naturaleza no es capricho sino sabiduría. Nuestra lentitud es nuestra salvaguardia para otros muchos. Entre lo vivo solo vosotros tenéis prisa por conocer el final. Las encinas somos lentas, muy lentas, con un fin claro que da resultados, casi vencemos al tiempo y por eso nos da tiempo para ser comida y hogar, para muchas generaciones de muchos miles de otros seres vivos. No menos regalos os proporcionan nuestros brazos y nuestro traje de hojas que siembran sombras allí abajo justo donde nuestros pies interrogan al suelo. Suelo que nosotras mismas hemos creado para que vosotros, más tarde, cosechéis cosechas. No olvidéis que no existe labrantío allí donde no hay o no hubo árboles.

Encina testigo cerca del cortijo Gavelas

    Pero el bosque, sobre todo el que se atreve a crecer en tierras cálidas y secas es mucho más; es descanso y afable caminata, fábrica de los mejores futuros posibles y color esperanza en los ojos; es la pregunta más alta al cielo por algo vivo en la tierra, es el teatro de todos los trinos es decir el primer concierto, no menos destierro para la sed, lo ocre, el polvo y la soledad. Somos un regalo lleno de regalos.
     Y sin embargo, nos acabáis.

Encinas testigo

    No ha bastado toda la experiencia de doscientas generaciones de campesinos que nos respetaron y hasta divinizaron porque entendían que nosotras somos el último eslabón de un reino, el vegetal, como vosotros lo sois del animal. Así, por tratarnos de tú a tú y por nuestras infinitas prestaciones nos iba bien.
     ¿Qué soberbia os anima ahora para cambiarlo todo de lugar hasta que desaparece? ¿Por qué abrís la puerta al desierto? ¿No resuena, en las últimas esquinas de vuestras calaveras, el trueno de nuestra caída, o ese desgarrador alarido de un cosmos vital entero al que se le arrebata su hogar? ¿Acaso resulta más llevadero para vosotros este iros quedando solos, vacíos, sordos, ciegos, atados para siempre a la estúpida podedumbre de la línea recta?
     No lo entendemos, de verdad, y por eso he recurrido a quemar este último cartucho y conste que una vez más no estamos pensando solo en nosotras, nunca lo hicimos. Sencillamente estamos convencidas de que si nos vamos para siempre vosotros, entonces ya tarde, nos echaréis de menos. Lástima porque no éramos tan malas compañeras.
    Queda muy poco pero la rendija todavía está abierta y deja pasar algo de luz. ¡Por favor no cerréis la puerta que también es un regalo nuestro!

    Os saluda atentamente una, a partir de ahora, callada y ya solitaria ENCINA.

Encina testigo en el Barranco del Carrizal


Carta obtenida del capítulo "Bellezas Contadas",
del libro "Los árboles te enseñarán a ver el bosque",
de Joaquín Araujo.

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